DATOS
DE PUBLICACIÓN:
LILLIAN
VON DER WALDE
MOHENO, “EL
AMOR CORTÉS”, en “Espacio Académico” de Cemanáhuac, III: 35 (junio 1997),
pp. 1-4© (Premio “Mejor
Artículo de Divulgación Científica de 1997” otorgado por el Comité Editorial
del “Espacio Académico” de la revista Cemanáhuac
[UAM-I], el 19 de febrero
de 1998). |
EL AMOR CORTÉS
El amor cortés
(1), tan significativo durante toda la baja Edad Media,
surge en la
Provenza de fines del siglo XI sin que hasta el
momento se haya logrado explicar satisfactoriamente por qué precisamente en ese
lugar. Se ha hablado del florecimiento de la vida de la corte y de una nobleza
más refinada; también de que hubo un mayor acceso a la cultura; o bien de que
“una caballería indigente, sin tierras [...], carente de ubicación en la
jerarquía territorial del feudalismo”, se convirtió en la predestinada a ser
amante de esposas ajenas
(2); asimismo, de que los “menestrales” de antaño lograron incorporarse
al estrato nobiliario y, como buenos arribistas, desearon marcar una distinción
entre ellos y las capas populares, etc. Sin embargo, es posible hallar varios
de estos aspectos en otras regiones, y por sí solos no sirven para comprender
del todo el porqué de la formulación amorosa cortés precisamente en Provenza.
Pero la realidad es que allí empieza, y ello quizá se deba al hecho —como pudo
suceder en otra parte que tuviera refinamiento cultural y una paz relativa— de
que fue a un grupo de individuos de la zona (originalmente, pudo ser un solo
sujeto), nobles o de alguna forma asociados con la nobleza, a quienes se le
ocurrió darle un cauce ético a su libido mediante la formulación —con diversos
elementos culturales que tenían a la mano— de las características del amor y
del porqué de éste (probablemente eligieron un género lírico). La idea se
propagó localmente y se le incorporaron más préstamos culturales, hasta que se
llegó al establecimiento de un sistema dinámico; éste continuó difundiéndose ya
por toda Europa —dado que el ambiente era propicio—, y adquirió —visto
globalmente— ciertas particularidades según la época, el lugar, la corriente
literaria, etc.
En términos generales, es posible decir que el amor
cortés constituye una reacción de un sector de la sociedad contra la valoración
negativa de la tendencia sexual humana; en otras palabras, se reconoce y se
asume el propio erotismo, y se enaltece al asociarlo con el amor mediante un
código que no dudo en calificar de ético. Tal código, cuyos elementos no son
inmutables, adopta obvias características del mundo en el que surge, esto es,
que provienen de las concepciones feudal y católica. Ahora bien, cabe señalar
que el amor cortés no se armoniza con muchos de los dictados de la cultura
oficial; es más, conforma una ideología alternativa, en principio subversiva,
pero que se mediatiza de diversos modos. Fue parte, ciertamente, de las
propuestas ideales de la nobleza; pero en la vida diaria imperó —aunque no sin
problemas— la normatividad oficial.
Del feudalismo
procede la consideración del servicio de amor. Se da una transposición del
concepto de vasallaje al amante, y la dama se convierte en “señor”; y tal como
sucedía en la realidad, este siervo de amor se sitúa en un nivel inferior
jerárquicamente. Es más, la dama se concibe como un ser lleno de perfecciones y,
en este sentido, moralmente superior al hombre
(3). Incluso se llega a decir que Dios creó a la mujer de mejor material
que al hombre
(4); que la creó como muestra de su saber y poder, para
darnos a conocer quien es Él, y que por tanto ella es reflejo de la Suma
Belleza; y ya en el dolce stil nuovo, que posee “donne angelicatte”
o que su naturaleza es celestial (fue elegida de entre los ángeles)
(5). Desde luego, si la mujer es a tal grado excelsa (6), amarla implica el propio ennoblecimiento y superación (7). Y amar, además, tiene una carga absolutamente positiva —como principio moral propio de los virtuosos— que la misma religión se encargó de difundir —aunque para ésta, el sentimiento debe ir dirigido a Dios. Como se observa, los teóricos del amor cortés fueron lo suficientemente inteligentes como para validar moralmente, y así justificar, el libre acercamiento entre hombres y mujeres —o más precisamente, de ellos hacia ellas.
Los postulados
referentes a la condición femenina conllevaron una positiva revaluación de la mujer, como nunca antes se había
dado, y ello constituye una de las revoluciones culturales más notorias de la
historia humana. Sin embargo, desde mi perspectiva, el hombre sigue estando en
el centro. En efecto, en las realizaciones concretas, en la literatura
propiamente, si a alguien se ensalza es al amador; no en balde, comúnmente los
protagonistas son del género masculino. Los escritores subliman el sentimiento
del varón, y enfocan su atención a la magnificencia del amor de éste
(8). La dama ocupa un lugar secundario, además de que puede ser
arbitraria, susceptible de error y “sin merced” —esta última característica,
dicho sea de paso, me parece que tiene que ver con la incidencia de
valoraciones sociales muy reales en los textos ficticios (caso de la
importancia de la virginidad, del concepto de “honra”, etc.)
(9).
Cabe puntualizar
que tanto la ideología como la práctica religiosas proporcionan al amor cortés
innumerables elementos, sean palabras, conceptos, fórmulas, ritos, etc. que, al
emplearse en función de la amada, logran su divinización. Esto es lo que se conoce como “religión de amor”
y que tanto escandalizó a moralistas no sólo de esa época. La adopción de
términos y ritos cristianos coadyuvaron a la codificación del amor, lo dotaron
de una estructura conocida y que resultó sumamente atractiva en el ámbito
secular
(10). La dignificación del sentimiento amoroso en un
sistema lógico es lo que explica la religión de amor, y no hay en ésta
conscientes propósitos irreverentes o blasfemos ni la suplantación de un credo
por otro (eros por agape), aunque en ocasiones así parezca. Y es
que los escritores inscritos en la corriente cortés llegaron a tales extremos
de exaltación que hacen a Dios cómplice en el amor, o identifican sus
características con las de la amada, o incluso la llaman su “dios”.
La aplicación de elementos cristianos al amor, ha
conducido a aseveraciones como la siguiente, que no es extensiva a la “mayoría”
de los investigadores del tema: Lillian von der Walde Moheno, “El amor cortés”, en “Espacio Académico” de Cemanáhuac, III: 35 [junio 1997], p. 1 2
para la mayoría de los estudiosos del amor cortés éste es un
sentimiento no cristiano, lo cual supone la anómala existencia de una corriente
amorosa herética en una sociedad profundamente cristiana
(11).
No hay tal corriente herética y
menos “un sentimiento no cristiano”, sino sólo el enaltecimiento del amor y del
objeto amado, el empleo diferente de un material conocido, y “picantes juegos de
palabras sin mayor alcance”
(12). Si se da algún sacrilegio (y hay muchos), éste no resulta de una
decisión voluntaria, mas del simple exceso.
Otra de las características que hay que destacar es la conceptuación del amor como un fenómeno volitivo y libre. Así, el servicio se
otorga porque se desea hacerlo, sin que haya una carga de obligatoriedad en
ello. La dama, asimismo, es libre de corresponder o no al amante, o dicho en
otros términos, de conceder el “galardón” —que el hombre con frecuencia
solicita, aunque no debiera hacerlo. Ahora bien, ¿qué implica tal galardón? A.
J. Denomy señala que, en su forma pura, significa simplemente que la mujer
acepta el amor del caballero
(13); que le brinda un bons semblans o, en
palabras de Diego de San Pedro, lo trata “sin aspereza” y le muestra “buen
rostro”
(14). Pero la amplitud del vocablo es ciertamente mayor,
y con mucha frecuencia encierra un sentido de recompensa sexual. Y es que el
amor cortés lleva implícito el goce erótico concreto (sensorial y físico) como
retribución, por más que un sector de la crítica haya creído que en él sólo hay
deseo de alcanzar la unión de dos almas, por ser un “amor platónico”,
exclusivamente ideal
(15).
A mi juicio, es
innegable la búsqueda del goce erótico en el amor cortés, sea con consumación o
sin ella
(16). Veo al amor cortés como una corriente dinámica bastante compleja, y
en cuanto tal, posee diversas vertientes. Una de ellas sería (al menos teórica
y literariamente) la exacerbación del deseo, al extremo de la contención o
abstinencia; otra —también exitosa literariamente y creo que más en la
práctica— conlleva la realización del acto carnal. Ambas son absolutamente
sensuales, y la primera quizá hasta tenga un dejo de perversión. Estas dos
vertientes corteses, tal vez en involuntaria síntesis, las presenta Andreas
Capellanus en los conceptos de “amor purus” y “amor mixtus”:
El
amor “puro” es el que une los corazones de dos amantes con toda la fuerza de la
pasión; consiste en la contemplación del espíritu y de los sentimientos del
corazón; incluye el beso en la boca, el abrazo y el contacto físico [...] con la
amante desnuda, con exclusión del placer último, pues éste está prohibido a los
que quieren amar puramente.
Se
llama “amor mixto” al que incluye todos los placeres de la carne y llega al
último acto de Venus. [...] éste también es un amor verdadero y digno de elogio;
incluso se dice que es causa de todo tipo de bienes aunque por él amenacen muy
graves peligros (17).
Asociada
con los juegos eróticos concretos que se dan en el amor cortés correspondido, el
cual frecuentemente posee un carácter extramarital, se halla la prescripción del secreto. En Si el amor no siempre es adúltero en todas las representaciones literarias, muy frecuentemente sí es extramarital. La más contundente exposición de la imposibilidad de que se dé el amor entre esposos se encuentra en el libro de Andreas Capellanus, donde se asienta que la libertad amorosa se halla contrapuesta a la obligatoriedad que conlleva el matrimonio:
[…]
decimos y afirmamos [indica la condesa María de Champaña], [...]
que el amor no puede extender sus fuerzas entre dos esposos. En efecto, los
amantes se dan todo gratuitamente el uno al otro y sin que una razón lo
obligue; en cambio, los esposos están obligados, por el deber, a satisfacer sus
mutuos deseos y a no negarse nada. [...]
[...] una regla de amor dice que ninguna mujer casada podría obtener
el premio del rey del amor, a menos que esté enrolada al margen del matrimonio.
En cambio, otra regla del amor enseña que nadie puede amar a dos personas a la
vez. Con razón, pues, el amor no podrá extender sus derechos entre los casados.
Todavía otra razón parece oponerse a éstos: [...].
Así
que nuestro juicio, que ha sido emitido con extrema moderación [...], sea
considerado por vosotros como una verdad indudable y eterna
(22).
La disociación
amor/matrimonio es perfectamente comprensible si se considera que, en el uso
oficial, el casamiento entre miembros de las capas superiores es sólo “un
contrato más, un acto político‑económico en que el interés del clan familiar es
el factor decisivo, y en el que el «amor» no tiene papel alguno”
(23); además, para la realización de este contrato, poco
tienen que ver los contrayentes
(24). Así las cosas, el amor cortés viene a implicar una
afirmación de la individualidad: la elección y la entrega son libres y
voluntarias. Sin embargo, al igual que en otras épocas y en otros reinos, no
hay unanimidad de opiniones
(25). Así como Chrétien de Troyes presenta la
posibilidad de que haya amor entre esposos (en Cligès, Yvain, Erec
et Enide)
(26), también hay autores hispanos que, de diferentes
maneras, defienden tal posición
(27). Otro de los rasgos del amor cortés es su carácter monógamo, el cual resulta de la idea de que la fidelidad (o la “constancia”) es intrínseca al verdadero amor. Ambos conceptos derivan de la cultura occidental y, en ella, de la mentalidad feudal —puesto que se impone el primero (que el amor cortés, cuando es adúltero, socava) y se aplaude el segundo (sobre todo, en la formulación del vasallaje). La diferencia estriba en que la monogamia y la fidelidad ni son exigencia ni tienen que ver con intereses económicos o de preservación de
(Lillian von der Walde Moheno, “El amor cortés”, en “Espacio Académico” de Cemanáhuac, III: 35 [junio 1997], p. 2) 3
linaje o de cualquier otra índole; por el contrario, supuestamente
surgen de forma natural y se otorgan de manera gratuita
(28). Una característica más es que el amor es una “pasión innata”, que se dispara por la “percepción” de lo hermoso. Ahora bien, cuando en los textos se habla de belleza, la mayoría de las veces a lo que se hace referencia es a los atributos físicos. Pero ello no implica que no la haya en el aspecto moral. En efecto, producto fundamentalmente de la incidencia del neoplatonismo, en la Edad Media usualmente se asoció lo bello con lo bueno, y el amor cortés, en este punto, no es excepcional. A tal idea, por otra parte, no le faltan apoyos provenientes de la teología cristiana; por ejemplo, san Pablo en su Epístola a los Romanos señala que por las obras visibles, se conocen las invisibles de Dios.
Una norma cortés que falta señalar, es que el amor se
solicita y se otorga conforme a ciertos pasos. El hombre enamorado debe cumplir
varias etapas, el contenido de las cuales varía de acuerdo con los autores que
las mencionan. Lo mismo sucede con la amada, quien ha de responder con un orden
preestablecido. Lo que queda claro, pues, es que hay que llevar a cabo un rito. No quiero concluir este artículo sin indicar que el amor no correspondido produce una enfermedad de índole melancólica, que afecta la vitalidad de quien la sufre (vapores venenosos “suben”, puesto que son producidos por la concupiscencia, e inflaman el cerebro). La verdad de este mal mental es indudable, y hasta los moralistas tienen que aceptarla. Varios manuales médicos describen el padecimiento con amplitud y señalan las posibles curas (la muerte del paciente puede sobrevenir si éstas no se llevan a efecto). El nombre técnico es “hereos”. Baste con lo dicho, es de todos sabido cuánto se explota el mal y su sintomatología en la literatura, pues con cierta frecuencia el amor cortés no logra realizarse (con lo que se vuelve trágico hasta la enfermedad —y a veces, la muerte) (29). (Lillian von der Walde Moheno, “El amor cortés”, en “Espacio Académico” de Cemanáhuac, III: 35 [junio 1997], p. 3) |
NOTAS
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BIBLIOGRAFÍA
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DATOS
DE PUBLICACIÓN:
LILLIAN
VON DER WALDE
MOHENO, “EL
AMOR CORTÉS”,
en “Espacio Académico” de
Cemanáhuac, III: 35 (junio 1997),
pp. 1-4© (Premio “Mejor
Artículo de Divulgación Científica de 1997” otorgado por el Comité Editorial
del “Espacio Académico” de la revista Cemanáhuac
[UAM-I], el 19 de febrero
de 1998). |