bible el abandono de
las rejas (desilusión), que ciertamente les pesan (fastidio).
La
necesidad perentoria de comunicación, lleva a las doncellas a atisbar por las
calles. Pero no hay nadie. Los hombres no están en el momento en el que se
podría suscitar un encuentro, pero siempre y cuando ellos dejaran de ser como
son, lo que es en verdad difícil. Se cae nuevamente en el absurdo, y el autor
vuelve a malograr la eventualidad de un contacto interpersonal.
La
carencia e insatisfacción en que se hallan sumidas las doncellas, conducen al
sueño. En éste, la mujer pierde su carácter pasivo: sale de la ventana, y
entrega su flor (también la llave, desde luego). La mujer, ahora actuante,
posibilita que el amor cobre sustancia en la representación del “Galán Soñado”.
Es
conveniente indicar la presencia de una doble oposición. Por un lado, se
contraponen sueño y realidad. Las mujeres, como se sabe, no salen de su
escondite, y los pretendientes están muy lejos de parecerse a ese galán seguro
de sí mismo, con suerte y millonario. Pero también, hay una antinomia entre los
sueños. El pretendiente del sueño de los hombres tampoco se asemeja al galán, de
tal suerte que si en la realidad ellos fueran como en su sueño, de todas maneras
serían rechazados. No parece haber salida. Si la historia se detuviera en este
instante, habría de privar la absoluta incomunicación.
Hay
que destacar que, en el sueño de las doncellas, el ideal de pretendiente
responde a una serie de exigencias altamente valoradas en una sociedad
materializada. La introyección
de determinados “valores” sociales prácticos, como por ejemplo, la riqueza,
hace que, incluso en el amor onírico, la vinculación interpersonal adquiera un
sentido utilitario.
Cuesta,
pues, de alguna manera observa que hay una mediación de status en la
relación amorosa, y él de esta forma, no salva al yo interno femenino. Además,
hace que se reproduzcan en el sueño ciertas conductas estereotipadas un tanto
chocantes: la mujer baila una dan-